Con emoción se entra a una sala de cine cuando sabes que la película que vas a ver es medianamente buena, como es el caso de Avatar. Si la cinta excede esa emoción, algo bueno tiene que significar. Y eso me pasó a mi. Tenia expectativas con Avatar, pero no era algo épico lo que esperaba.

Con un guión muy correcto y que no sale de lo típico, el film te engancha a través de su interesante historia, un romance predecible, y la tecnología futurista que quizás dentro de muchos años mas exista.

Todo esto en papel no suena tan mágico o increíble, pero cuando el director de fotografía empieza a mostrar la naturaleza utópica de esta luna, ahí es cuando Avatar de verdad empieza. Es ese toque Star Wars, la inmensidad de este nuevo algo que atrapa y crea un interés por saber mas.
Lamentablemente ese mundo se ve limitado a si mismo.
La película se concentra en sólo una parte del planeta, y no se esmera en mostrar un poco más del universo que lo rodea, creando una barrera, cuando podría haberse extendido la magia de ese lugar.
Pero me quedo con la belleza que la película evoca. Una cantidad de verde y azul que emociona, una sociedad con rasgos humanos que funciona, al parecer perfectamente, conectados con la naturaleza de una forma muy mística. Avatar sigue un curso ya intentado muchas veces. En trama no es nada complejo o nuevo, algo mas bien simple que no deja mucho para pensar. James Cameron se refugió en la belleza que el filme entrega, en sus infinitos bosques y árboles, en su nueva creada fauna y flora, y en sus personajes que, al ser bien interpretados por los actores y actrices, nos dejan sólo desear que esta saga sea algo más grande que la pequeña parte señalada en este filme.