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"Eres el peor hijo que alguien podría tener"

Posted by Sebastián Asencio | | Posted on 9/05/2012 06:01:00 p. m.

Las mañanas acá en la pieza número tres del departamento 801 son bastante relajadas. Dejamos la alarma sonar lo que sea necesario. Dejamos que el sol caliente sólo en las tardes, cuando recién se abren las cortinas. Y cuando digo dejar en plural, me refiero a yo y las ideas que dan bote como pelota saltarina en mi ático. Un síndrome sin tratamiento porque no lo necesita. Así por lo menos lo he comprobado hasta ahora. Reflexión tras reflexión, los hemisferios se comparten las cartas del futuro, y así me aclaran bastante el panorama de lo que pasa, de lo que pasó, y de lo que se supone que va a pasar. Pero esa mañana, esa mañana no sabía lo que iba a pasar. O sí, dejemos el cliché de lado. Yo sabía qué iba a pasar. Solamente que no sabía cuándo. Ni cómo.

Asumo que duermo como la mayoría. Anclado a la cama. Pegado con Bigtime a las sábanas. La relación con mi espacio de descanso me ha traído más penas que glorias, y es en todo sentido. Esta flojera que trato de relatar entre líneas, produce que cualquier interrupción violenta y desmedida te desarme la mañana ( en el caso que se pueda decir que estaba planeada ). Y así fue. Dentro del sueño, los pasos que escuchaba eran de algún amor perdido, de algún amor de pasillo, de algún amor de educación superior. Pero la madera crujía al final muy fuerte como para que el sujeto pudiera sonreír y entrometerse entre abrazos. Lo que se acercaba, en realidad, era la mujer de la casa con un discurso en punta de lengua. Un discurso ya aprendido hace muchísimos años. De sopetón, y tras la fuerte arremetida, se abrió la puerta, se desnudaron las cortinas. Un rayo de sol me dejó aturdido y casi motivado para escuchar las palabras que ahora me tenía que tragar.

"Eres un flojo de mierda. Un zángano. No estudias, no trabajas. Nadie quiere un hijo como tú. Más encima me debes plata. La plata de la ropa que te compré, la plata que te gastaste en Puerto Montt, la plata que te gastaste con tu polola. No cooperas en nada, no ayudas en nada. ¿Por qué no te vas? Ándate. Ándate con tu papá."

Las palabras entraban y salían de mi cabeza con poca asimilación. Sentía que cada insulto se iba depositando en algún espacio entre el cuello y el abdomen. Estaba tan cansado de tener que soportarlo. Estaba tan cansado de tener que vivir con ello. Vivir en caos, y no en paz.

La puerta la dejó semi abierta, y lo único que podía hacer era pensar que, en otro lugar, estas cosas serían distintas. En otra casa, en otro hogar, no habría tanto sufrimiento, porque existiría entendimiento. Porque viviría con alguien de verdad, alguien que escucha cuando se necesita ser escuchado. Mi papá.

Y aquí la diferencia. Esa mañana no me quedé con todo lo que me había guardado. Esa mañana no medité,  y me dejé impulsar por el odio. Mi cuerpo se movió solo al baño. Mis manos tomaron el vaso apoyado en la pared. Lo llenaron con agua. Mi cuerpo se abalanzó hacia la cocina, dónde ella estaba. Sin decisión, el agua salió disparada sobre todo su rostro y su ropa. Estaba empapada. Y yo estaba cagado.

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