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La espera

Posted by Sebastián Asencio | | Posted on 3/18/2011 08:29:00 p. m.

Ojalá pudiera dormir más. Ojalá pudiera seguir aquí cómodo. Las pocas horas de sueño se manifiestan ahora en mi actitud desordenada, reflexiva y de poca flexibilidad. Decaído, me sumerjo en los pasillos de mi hogar. Ya en la cocina, el puro olor a café colombiano me recuerda a la ejecutiva del banco; lenta tarde de ese jueves que no pasó inadvertida.

Ya casi al final de ese día, Feliciana me miraba directo a los ojos, penetrándome, como tratando de contarme sus secretos. Cuando ya había acudido a ella, mi infinito aburrimiento había desaparecido y escasa esperanza entraba en mis venas. Dos mil quinientas y tantas palabras fueron suficientes para sentir mis labios en su mejilla. Ella me salvó de romper mis bolsillos cuando buscaba cosas que sabía que no estaban ahí. Feliciana no sabía todo lo que había esperado para depositar un maldito fajo de "lucas". Feliciana no sabía lo que pasaría después ni lo que había esperado por conocerla.

Hace 55 minutos el banco estaba cerrado. Me había despertado temprano, casi madrugando, para lograr depositar ese dinero tan importante (para ella en todo caso). Mi fallido matrimonio con una ambiciosa mujer (me di cuenta muy tarde) me tiene ahora regalando dinero que, estoy seguro, será mal gastado.

En mi larga estadía, he sido parte de dos filas (una afuera del complejo y otra dentro de este mismo). He estado esperando más de dos horas en total y, desafortunadamente, a pesar de mi profundo análisis del lugar, todavía no encuentro una salida a este problema: gente y más gente. La fila ascendía a unas 50 personas, sin contar la que se encontraba a mi izquierda y cada vez llegaban más. Naturalmente, no todos los funcionarios del banco estaban presentes, por lo que sólo dos puestos de trabajo se encontraban en funcionamiento. Las quejas ya comenzaban a respirarse y, luego que emergieron, una tácita revolución comenzó a gestarse en el aire: estábamos en el "banco" de la paciencia.

Cuando no podía más, sentí un doble tocar en mi hombro izquierdo. Media vuelta y una rubia ejecutiva con olor a café colombiano me pasaba mi chequera con todo el dinero brillando y tratando de escapar. Leí la placa enganchada en su chaqueta:

- ¿Me imagino que es suya la billetera?
- Sí, muchas gracias.
- ¿Está todo bien señor?
- Sí, ningún problema Feliciana. Sólo he tenido que esperar dos horas para que llegaras.

Dí un beso, me despedí y desaparecí.

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